Poco a poco nos ha inundado una moda eugenésica de no “querer llamar a las cosas por su nombre” con la timorata intención de “no hacer sentir mal al otro”.
Mi pregunta es ¿si hacer creer a otro que es algo distinto de lo que es, no constituye fomentarle una vida psicopatológica, edificada en una mentira?
Mi pregunta es ¿si hacer creer a otro que es algo distinto de lo que es, no constituye fomentarle una vida psicopatológica, edificada en una mentira?
Y por otro lado ¿si creer nosotros mismos que el otro es algo distinto de lo que es, no constituye una negación?
En un programa de noticias, escuché a dos locutoras hacer esfuerzos increíbles por no querer llamar “abuelos” a los abuelos, como así también, evitar emplear la palabra “ancianos”, o “tercera edad”, o “adultos mayores”, para finalmente demostrar a la audiencia, que ambas ya “no sabían como referirse a nuestros otrora respetados mayores”.
Aludían a que un abuelo se ofendió porque lo llamaron “abuelo” y tonterías por el estilo.
¿Cuál es el objeto de ocultar la verdad? Una persona de más de 60 años, ante todo es una persona, y no es un joven mayor, ni un joven de la tercera edad, ni un adolescente superado a quien se le deban exigir practicar deportes extremos para ser aceptado socialmente, es una persona con identidad e historia propia, con su lugar en el mundo.
Si tiene nietos, ¿a qué ofenderse si lo llaman “abuelo”? O acaso, ¿cuando vamos a las reuniones de los colegios o al pediatra, no nos llaman “mamás y papás”?
¿Qué pensarían los nietos si sus abuelos o padres se ofendieran porque se los llame por su más digno cargo: el que otorga el status familiar y el amor?
Tanto de un lado, como del otro, del que lo detenta, como del que se dirige a él, hay una parte de la ecuación que se pretende no cierre.
“Nuestros queridos viejos”, “nuestros queridos abuelos”, “nuestros queridos jubilados y pensionados”, ¿qué hay de malo en ello?
¿Queremos negar que envejecemos? ¿En qué parte de nuestra historia nos hemos tragado el cuento de la juventud eterna?
¿Desde cuándo incorporamos a nuestra conciencia social la necesidad de desechar a las personas mayores de cierta edad?
¿Quién dictaminó que sólo pueden tomar parte de la vida social las personas menores de cierta edad?
Habrá que ponerse la mano en el corazón e indagar cuál es nuestra actitud cuando nos miramos al espejo...
¿Nos aceptamos? O bien ¿somos los primeros en rechazarnos?
Y si nos rechazamos ¿cómo esperamos que los demás nos acepten?
Si me ofendo cuando me dicen abuela, ¿cómo pretendo que los abuelos tengan beneficios, medicamentos, transporte adecuado, atención humanizada, buenas jubilaciones, etc.?
También hay que reconocer que muchos varones en cierto momento de su vida, empiezan con el cuento de la “crisis de los cuarenta”, y “excluyen a su compañera contemporánea de su lado, porque su sola presencia les recuerda que ya no es un adolescente, que se está arrugando, que le sale panza, que está más cerca de la angioplastia que del triatlón, que se espera de él más calidad que cantidad, etc.”, “tiran el matrimonio y la familia por la borda, y se emparejan con una joven mujer a la que a veces la superan en dos generaciones y que se dirigen a ellos como “papito”, en donde el compartir es casi imposible porque todo el diálogo se resume en un “quiero, quiero, dame, dame, comprame, comprame, ...”
Esta conducta, de alto contenido eugenésico, les hace creer que el espejo ya no reflejará el paso del tiempo para ellos, sino que el destello del cuerpo joven que trasladan a su lado (muchas veces excesivamente costoso de mantener), ocultará públicamente su decrepitud física, a la que en más deberá añadirse su decrepitud moral.
Asimismo, destaco los inhumanos esfuerzos de algunos varones y mujeres para ir al gimnasio, tener “personal trainer”, “matarse de hambre”, participar de actividades altamente exigentes a nivel mental, espiritual y físico, de modo de “querer ocultar el paso del tiempo y sentirse a tono con los jóvenes”.
Madres que compiten con sus hijas, en cirugías, compañeros más jóvenes, ropa de moda, etc...
En definitiva, somos lo que pensamos, y si pensamos que no valemos nada por una cuestión de edad, y que la madurez y la vejez deben ocultarse de cualquier manera, por mal camino vamos...
¿Vejez y madurez? ¿Van de la mano? ¿Se cruzan alguna vez en el camino? O ¿Muchas personas mayores aún están verdes.... o actúan como “viejos verdes”?
Volviendo al punto de inicio de esta reflexión, los medios, el cine y el teatro también aportan lo suyo para “darle de comer a las fieras” y que finalmente “pidan a gritos la legitimación de la eutanasia” (forma compasiva de sacarse de encima lo que molesta, no sirve, es feo, o improductivo o lo que nos recuerda nuestro posible futuro).
Se han filmado muchas películas con el fin de que la gente, al ver la depresión, enfermedad, malestar, abandono, soledad, tara, insania, discapacidad, e inutilidad productiva de la vejez, enfermedad y discapacidad, consideren que la eutanasia es una salida digna de ciudadanos heroicos.
No hay, en cambio, mensajes en los medios para movilizar la fibra solidaria y afectiva de la gente, promoviendo una conciencia de que la vida es una cadena biológica y espiritual, en permanente evolución, donde se nace, se crece y finalmente se muere, para todos por igual, pero, con vidas únicas e irrepetibles, todas dignas y necesarias, todas con un lugar, y donde deben coexistir niños, adultos y viejos, enfermos y sanos.
Cada situación, es un desafío para las virtudes y defectos humanos. La vida misma es una constante oportunidad en cada una de las edades en que se manifiesta.
Trayendo aportes del arcón de la Filosofía, “las ideas que acerca de la vejez pone Platón en la boca de Céfalo, pueden resumirse en estos tres puntos:
1) la situación económica del anciano es necesaria, pero no suficiente, para determinar la respectiva actitud ante la vejez;
2) en resolución, esa actitud es esencialmente íntima, personal;
3) el tratamiento platónico de la vejez no incluye la dimensión social, y más en concreto la intergeneracional de la vida de los ancianos. (...)
La carencia de la dimensión social, y especialmente intergeneracional, en el tratamiento que de la vejez hace Platón no se da fuera de él en la Antigüedad clásica, ni en la Edad Media tampoco, ante todo en el ámbito de la praxis política.
Así lo prueban instituciones tales como el Consejo de Ancianos, o la Gerusía de Esparta y el Senado Romano, con atribuciones de muy grave responsabilidad y largo alcance (v. gr. las finanzas y la política exterior).
Todo ello nos interesa aquí por el carácter intergeneracional del servicio que unas personas relevantes y de edad avanzada prestan institucionalmente a las demás, que en su mayor parte pertenecen a otras generaciones.
Mas también en el ámbito de la teoría política, no solo en el de la praxis, puede advertirse, descartado el pensamiento de Platón, el carácter intergeneracional, y el signo indudablemente positivo, de la concepción aristotélica de la prudencia.
Esta virtud, según la entiende el Filósofo, incluye entre sus partes integrantes la experiencia vital lograda con el transcurso de los años, la cual no sólo aprovecha a quien la tiene, sino también a quien de él la recibe y que más necesitado está de ella por ser más corta su edad.
Las razones que algunos psicólogos contemporáneos aducen para atribuir un signo negativo a la vejez se refieren a la vejez en general y, en cuanto tal, no a la determinada forma de vivirla que unos ancianos padecen y de la cual otros, en cambio, están libres.
Esos psicólogos atribuyen a todos los ancianos, no más que por el puro y simple hecho de su misma vejez, una situación psíquica fundamentalmente dominada por el egoísmo y por el sentimiento de una irreprimible soledad.
Lo arbitrario de este modo de concebir el carácter general de los ancianos es enteramente equiparable al abuso en que incurren quienes piensan que el egoísmo y la irreprimible soledad constituyen los rasgos fundamentales de la psicología juvenil.
Ahora bien, si la razón del signo negativo del envejecimiento demográfico no es la propia vejez en sí, ni tampoco está en el solo aumento de la cantidad de los ancianos, será preciso preguntarse si la razón se encuentra en que los ancianos aportan tan poco al bienestar social que, en definitiva, son tan solo beneficiarios de lo que los otros miembros de la sociedad hacen por ellos."[1]
Pero el modelo de la sociedad de la excelencia sólo admite personas físicamente perfectas y mentalmente narcotizadas en el pseudo‑placer del consumismo egoísta para producir/trabajar/consumir/consentir/acatar. Sólo pueden insertarse en el modelo/aparato predeterminado y cumplir con su función como un tornillo más.
Parece ser que el mandato actual es: ¡Los niños en la guardería, los enfermos en los hospitales, y los viejos en los geriátricos! ¡Y si algo molesta mucho: al basurero!
En un programa de noticias, escuché a dos locutoras hacer esfuerzos increíbles por no querer llamar “abuelos” a los abuelos, como así también, evitar emplear la palabra “ancianos”, o “tercera edad”, o “adultos mayores”, para finalmente demostrar a la audiencia, que ambas ya “no sabían como referirse a nuestros otrora respetados mayores”.
Aludían a que un abuelo se ofendió porque lo llamaron “abuelo” y tonterías por el estilo.
¿Cuál es el objeto de ocultar la verdad? Una persona de más de 60 años, ante todo es una persona, y no es un joven mayor, ni un joven de la tercera edad, ni un adolescente superado a quien se le deban exigir practicar deportes extremos para ser aceptado socialmente, es una persona con identidad e historia propia, con su lugar en el mundo.
Si tiene nietos, ¿a qué ofenderse si lo llaman “abuelo”? O acaso, ¿cuando vamos a las reuniones de los colegios o al pediatra, no nos llaman “mamás y papás”?
¿Qué pensarían los nietos si sus abuelos o padres se ofendieran porque se los llame por su más digno cargo: el que otorga el status familiar y el amor?
Tanto de un lado, como del otro, del que lo detenta, como del que se dirige a él, hay una parte de la ecuación que se pretende no cierre.
“Nuestros queridos viejos”, “nuestros queridos abuelos”, “nuestros queridos jubilados y pensionados”, ¿qué hay de malo en ello?
¿Queremos negar que envejecemos? ¿En qué parte de nuestra historia nos hemos tragado el cuento de la juventud eterna?
¿Desde cuándo incorporamos a nuestra conciencia social la necesidad de desechar a las personas mayores de cierta edad?
¿Quién dictaminó que sólo pueden tomar parte de la vida social las personas menores de cierta edad?
Habrá que ponerse la mano en el corazón e indagar cuál es nuestra actitud cuando nos miramos al espejo...
¿Nos aceptamos? O bien ¿somos los primeros en rechazarnos?
Y si nos rechazamos ¿cómo esperamos que los demás nos acepten?
Si me ofendo cuando me dicen abuela, ¿cómo pretendo que los abuelos tengan beneficios, medicamentos, transporte adecuado, atención humanizada, buenas jubilaciones, etc.?
También hay que reconocer que muchos varones en cierto momento de su vida, empiezan con el cuento de la “crisis de los cuarenta”, y “excluyen a su compañera contemporánea de su lado, porque su sola presencia les recuerda que ya no es un adolescente, que se está arrugando, que le sale panza, que está más cerca de la angioplastia que del triatlón, que se espera de él más calidad que cantidad, etc.”, “tiran el matrimonio y la familia por la borda, y se emparejan con una joven mujer a la que a veces la superan en dos generaciones y que se dirigen a ellos como “papito”, en donde el compartir es casi imposible porque todo el diálogo se resume en un “quiero, quiero, dame, dame, comprame, comprame, ...”
Esta conducta, de alto contenido eugenésico, les hace creer que el espejo ya no reflejará el paso del tiempo para ellos, sino que el destello del cuerpo joven que trasladan a su lado (muchas veces excesivamente costoso de mantener), ocultará públicamente su decrepitud física, a la que en más deberá añadirse su decrepitud moral.
Asimismo, destaco los inhumanos esfuerzos de algunos varones y mujeres para ir al gimnasio, tener “personal trainer”, “matarse de hambre”, participar de actividades altamente exigentes a nivel mental, espiritual y físico, de modo de “querer ocultar el paso del tiempo y sentirse a tono con los jóvenes”.
Madres que compiten con sus hijas, en cirugías, compañeros más jóvenes, ropa de moda, etc...
En definitiva, somos lo que pensamos, y si pensamos que no valemos nada por una cuestión de edad, y que la madurez y la vejez deben ocultarse de cualquier manera, por mal camino vamos...
¿Vejez y madurez? ¿Van de la mano? ¿Se cruzan alguna vez en el camino? O ¿Muchas personas mayores aún están verdes.... o actúan como “viejos verdes”?
Volviendo al punto de inicio de esta reflexión, los medios, el cine y el teatro también aportan lo suyo para “darle de comer a las fieras” y que finalmente “pidan a gritos la legitimación de la eutanasia” (forma compasiva de sacarse de encima lo que molesta, no sirve, es feo, o improductivo o lo que nos recuerda nuestro posible futuro).
Se han filmado muchas películas con el fin de que la gente, al ver la depresión, enfermedad, malestar, abandono, soledad, tara, insania, discapacidad, e inutilidad productiva de la vejez, enfermedad y discapacidad, consideren que la eutanasia es una salida digna de ciudadanos heroicos.
No hay, en cambio, mensajes en los medios para movilizar la fibra solidaria y afectiva de la gente, promoviendo una conciencia de que la vida es una cadena biológica y espiritual, en permanente evolución, donde se nace, se crece y finalmente se muere, para todos por igual, pero, con vidas únicas e irrepetibles, todas dignas y necesarias, todas con un lugar, y donde deben coexistir niños, adultos y viejos, enfermos y sanos.
Cada situación, es un desafío para las virtudes y defectos humanos. La vida misma es una constante oportunidad en cada una de las edades en que se manifiesta.
Trayendo aportes del arcón de la Filosofía, “las ideas que acerca de la vejez pone Platón en la boca de Céfalo, pueden resumirse en estos tres puntos:
1) la situación económica del anciano es necesaria, pero no suficiente, para determinar la respectiva actitud ante la vejez;
2) en resolución, esa actitud es esencialmente íntima, personal;
3) el tratamiento platónico de la vejez no incluye la dimensión social, y más en concreto la intergeneracional de la vida de los ancianos. (...)
La carencia de la dimensión social, y especialmente intergeneracional, en el tratamiento que de la vejez hace Platón no se da fuera de él en la Antigüedad clásica, ni en la Edad Media tampoco, ante todo en el ámbito de la praxis política.
Así lo prueban instituciones tales como el Consejo de Ancianos, o la Gerusía de Esparta y el Senado Romano, con atribuciones de muy grave responsabilidad y largo alcance (v. gr. las finanzas y la política exterior).
Todo ello nos interesa aquí por el carácter intergeneracional del servicio que unas personas relevantes y de edad avanzada prestan institucionalmente a las demás, que en su mayor parte pertenecen a otras generaciones.
Mas también en el ámbito de la teoría política, no solo en el de la praxis, puede advertirse, descartado el pensamiento de Platón, el carácter intergeneracional, y el signo indudablemente positivo, de la concepción aristotélica de la prudencia.
Esta virtud, según la entiende el Filósofo, incluye entre sus partes integrantes la experiencia vital lograda con el transcurso de los años, la cual no sólo aprovecha a quien la tiene, sino también a quien de él la recibe y que más necesitado está de ella por ser más corta su edad.
Las razones que algunos psicólogos contemporáneos aducen para atribuir un signo negativo a la vejez se refieren a la vejez en general y, en cuanto tal, no a la determinada forma de vivirla que unos ancianos padecen y de la cual otros, en cambio, están libres.
Esos psicólogos atribuyen a todos los ancianos, no más que por el puro y simple hecho de su misma vejez, una situación psíquica fundamentalmente dominada por el egoísmo y por el sentimiento de una irreprimible soledad.
Lo arbitrario de este modo de concebir el carácter general de los ancianos es enteramente equiparable al abuso en que incurren quienes piensan que el egoísmo y la irreprimible soledad constituyen los rasgos fundamentales de la psicología juvenil.
Ahora bien, si la razón del signo negativo del envejecimiento demográfico no es la propia vejez en sí, ni tampoco está en el solo aumento de la cantidad de los ancianos, será preciso preguntarse si la razón se encuentra en que los ancianos aportan tan poco al bienestar social que, en definitiva, son tan solo beneficiarios de lo que los otros miembros de la sociedad hacen por ellos."[1]
Pero el modelo de la sociedad de la excelencia sólo admite personas físicamente perfectas y mentalmente narcotizadas en el pseudo‑placer del consumismo egoísta para producir/trabajar/consumir/consentir/acatar. Sólo pueden insertarse en el modelo/aparato predeterminado y cumplir con su función como un tornillo más.
Parece ser que el mandato actual es: ¡Los niños en la guardería, los enfermos en los hospitales, y los viejos en los geriátricos! ¡Y si algo molesta mucho: al basurero!
[1].- MILLAN PUELLES, Antonio, “EL PROBLEMA DEL ENVEJECIMIENTO DEMOGRAFICO. PERSPECTIVAS Y DIMENSIONES FILOSOFICAS”, Papeles de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (mayo 1999).-
Dra. Liliana Angela Matozzo
Abogada - Doctora en Ciencias Jurídicas - Esp. en Bioética -Ex-Presidente Comisión Nacional de Biociencia y DDHH - Escritora - Madre de tres hijos
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